juliol 2021 / CULTURA

No hay teoría del amor que valga

Juan Vega

“Adolfo es una novela escrita por el célebre pensador político francés Benjamin Constant, publicada por primera vez en 1816”

El Adolfo destaca entre la vasta bibliografía de Constant por su notable carga sentimental; se trata, además, de una de las pocas novelas que escribió. 

El relato en sí es sencillo: narra una historia de amor y desamor entre Adolfo, un joven que recientemente ha acabado sus estudios, y Ellénore, una dama polaca amante de un conde cercano a la familia de Adolfo. Sin embargo, el proceso que lleva a Adolfo y a Ellénore a entablar una relación sentimental no es en absoluto convencional. La chispa que enciende el interés de Adolfo no es amorosa, sino caprichosa: un interés que, al no verse correspondido, deriva en que el joven cometa el error de confundir su deseo apasionado con amor, y que acabe esmerándose en la eventual conquista del afecto de Ellénore. Esto desemboca en una trágica situación en la que Adolfo, una vez desvanecida su vehemente pero efímera atracción hacia Ellénore, acaba sometiéndose a los deseos de esta por miedo a romperle el corazón. Ante la crítica y rígida sociedad de la época, Adolfo se topará con numerosos sentimientos contradictorios y una terrible situación: “ser amado apasionadamente cuando ya no se puede seguir correspondiendo ese amor”.

La edición que sostengo incluye una introducción de Gabriel Oliver, catedrático de la UB, que concluye así: “a causa de las contradicciones del autor, no hay nada que aprender, la experiencia es intransferible…”. Si bien abundan las contradicciones en el comportamiento de Adolfo, ¿es realmente cierto que nada puede ser aprendido de su historia? Como cuenta Oliver, la intención de Constant al escribir el Adolfo no era otra que cerrar una etapa de su vida empapada de amor apasionado “a la francesa” para optar por la “solución alemana”, adoptar un enfoque más moderado y conformista. El autor no llega a ninguna conclusión sobre el amor, se da de bruces con un callejón sin salida y, como resultado, acaba imponiéndose una visión “a la alemana”. Pero esta resignación, como la de Adolfo, que al final de su relación con Ellénore acaba también desdeñando su nueva libertad, no es para nada satisfactoria.

Acaso el conocimiento amoroso no tiene forma de una teoría del amor global. Comparto la perspectiva de Marina Garcés cuando dice que “toda teoría es parcial” ya que “es la de un cuerpo involucrado en la realidad que vive y que percibe, que le afecta y que le concierne”. Esta subjetividad vital se vuelve absoluta en casos como este, donde las contradicciones son inevitables.

Al igual que en nuestra búsqueda personal del sentido de la vida, el amor no deja lugar a teorías racionales que se puedan difundir. Quizás la frustración de Constant provino de su intento de racionalizar y luchar contra sus sinceras contradicciones amorosas, pero en ellas también hay algo que aprender. Como ocurre con el aprendizaje de la vida, que se da sobre la marcha, el amor ha de explicarse desde el más hondo sentimiento: sólo a través de las vivencias personales y de su compartición, contradicciones incluidas, se puede concebir alguna forma de aprendizaje personal. Pero el primer paso para construir una teoría del amor personal es entender que no hay teoría del amor que valga.

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