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Llegir >febrer 2021 / CULTURA
La muerte del artista
Imitar, idealizar, innovar, criticar, reivindicar, escandalizar, idear, narrar, lamentar, emocionar. La palabra “emoción” suele ser protagonista cuando nos preguntamos acerca del arte y el consenso sobre qué es arte suele concluir en que no hay consenso. Existen ciertos acuerdos: el David de Michelangelo o La Noche Estrellada de Van Gogh son difícilmente discutibles actualmente. No obstante, el debate sigue, a medida que el arte sigue, y toma nuevas formas, y cambia de rumbo, y nos genera más preguntas. ¿Cómo entender el arte?
En primer lugar, podríamos hacer referencia a la concepción clásica de arte como mímesis, como imitación, que sería repetida desde Renacentistas hasta Realistas y Neoclásicos, pero finalmente cuestionada con la llegada de la fotografía, el Impresionismo y las Vanguardias.
Hoy hay quienes argumentarán que en el neoliberalismo, donde se ha abandonado la filantropía en favor de un coleccionista-capitalista, el arte se mide en aceptación por parte de corporaciones y museos. Esta “teoría institucional del arte” explicaría el triunfo en el mundo artístico, pero no discierne entre valor monetario y valor per se. En ocasiones, ni el propio artista puede salirse del sistema; Banksy realiza grafitis críticos del capitalismo exacerbado, y el propio capitalismo convierte su obra en comercializable.
Precisamente, también encontramos el arte como crítica. Hay quienes huyeron de la decadencia de la modernidad europea inspirándose en poblados lejanos, como Gauguin; quienes rechazaron el materialismo buscando una realidad pura, como Kandinsky; quienes expusieron los horrores de la guerra, como Goya; quienes reivindicaron la lucha feminista, como las “Guerrilla Girls”; y quienes criticaron al propio mundo del arte, como Duchamp.
Esta concepción parte de que el arte es una expresión, tanto de sentimientos y emociones como de ideas o creencias. Es decir, un objeto como una cartulina negra comprada en Abacus no es arte porque nadie lo ha dotado de significado artístico, mientras que Cuadro Negro de Malévich esconde algo mucho más profundo.
Además, desde la teoría cognitiva somos nosotros, espectadores, quienes acabamos un non finito, quienes dotamos de significado al Cuadrado Negro que Malèvich decide, desde su posición iluminada por el foco, poner a nuestra disposición.
En definitiva, muchas han sido, son y serán las interpretaciones de arte, pero resulta indiscutible que es una “cosa mentale”. No podemos separarnos de nuestra cognición; por tanto, el arte tiene una multiplicidad de pensamientos, ideas, sentimientos, emociones, interpretaciones, lecturas, miradas y reacciones tanto del artista como de quien contempla, lee o escucha la obra. En los tiempos que corren, la línea que distingue al creador y al receptor es cada vez más difusa; la jerarquía del arte se rompe, el elitismo, tímidamente, se destruye. Pissarro sentenció “bienaventurados los que ven cosas bellas en lugares donde otros no ven nada”, aplicable a quienes producen y a quienes reciben, pues quien admira el arte se convierte en artista. Según Coleridge, “sabemos que un hombre es poeta porque nos hace poetas”. Ahora solo falta que sean más los “bienaventurados” de Pissarro, pues cuando más conocemos, como hemos visto, más entendemos y más apreciamos; y más imitamos, idealizamos, innovamos, criticamos, reivindicamos, escandalizamos, ideamos, narramos, lamentamos, nos emocionamos.
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